Archivos Mensuales: febrero 2014

Enredando la madeja…

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Llevo días en que extrañamente mi instinto maternal ha estado fastidiando con una constancia inusual. Y como de costumbre, trato de ignorarlo en la espera de que deje de amedrentarme y desaparezca, pero no. Y para mi tristeza, también tengo más propuestas de amores formales  y más hombres deseosos de “formar una familia” que de costumbre.

Tengo miedo. Un pánico espantoso de que un hijo o hija mía tenga que vivir las cosas que he vivido, que el mundo lo apabulle, que tenga carencias, que sufra el abuso, la tiranía de muchos, hasta de que tenga que presenciar el fin del mundo y la catástrofe que traería consigo.

“Es algo inevitable”, me dice una parte de mi alma, “todos sufren alguna vez y no podrías tenerlo en una burbuja”. Y sé que tiene razón, pero como no soy capaz de entender que eso es normal,  de comprender que no estaría en mis manos evitarle el dolor, prefiero que no nazca, que si acaso su alma ya existe (como dicen algunos), esperando engendrarse y vivir este mundo terrenal, se quede ahí donde no padece las vanalidades…. Y no sé si estoy bien o mal, pero no importa.

Hace unos días, una alumna lloraba la ausencia de su bebé, el cual recientemente murió a los 22 días de nacido.

Me acerqué a ella para acompañarla (por qué no creo que exista consuelo para ese dolor) y en su llanto decía sentir mucho coraje con Dios, porque no podía entender por qué era necesario que le quitara a su bebe “para recibir un mensaje”, pudiendo recibirlo de algún otro modo. Que hubiera tenido que sobrellevar insultos, exclusiones, un cambio completo de vida, para perder a su hijo en tan poco tiempo, del cual sólo convivió con él 7 días, antes de tener que internarlo en el hospital. Que no era justo que le quitaran a ese bebé que había venido a darle la felicidad que nunca había tenido, que borraba su tristeza cuando veía su sonrisa y que siendo tan pequeño no tenía ninguna deuda kármica que pagar.

Ese mismo día en el banco, una chica con tres niños pequeños, platicaba frente a mí con la ejecutiva y le comentaba que la vida cambiaba a raíz de que tienes un bebé, que ella de ser una mujer totalmente independiente y poco tierna, había cedido al amor que tenía por sus hijos y se dedicaba en su totalidad a ellos.

Y como broche de oro, me soñé anoche tratando de salir del mar cargando con un bebé que gritaba asustado «¡nananina, nananina!». Las olas nos jalaban hacia el fondo y en ocasiones no podía tocar el suelo. En eso, llegó una ola mayor y nos cubrió, por lo que lo levanté para que él pudiera respirar. A través de la ola lo vi mientras soportaba la respiración y me di cuenta de que el bebé sonreía. Un bebé hermoso, de piel rosada casi pelirrojo. Mientras, trataba de tocar la arena y con las puntas de los pies apenas lograba mantenerme estable. Valía la pena morir ahí bajo las olas viéndolo, dejar de respirar mientras él estuviera bien, mientras sonriera.

Supongo que mis hormonas tienen un firme objetivo de destruir mi estabilidad emocional, me hacen titubear, cuando he decidido no ser madre y principalmente por qué no ha habido un hombre que me convenza a volver a compartir una vida con alguien, sin pensar en el sufrimiento que esto me puede traer (no se diga a un hijo que lo experimente).

Esto es terrible, soy una madeja de sentimientos encontrados. Si existen otras vidas posteriores a esta, definitivamente evitaré ser mujer.

Disculpen los pudorosos….

sexo-oral-020413Hay días en los que no quisiera tener educación, que quisiera que no me importaran los valores, los sentimientos de otros, las repercusiones, los tabúes y el respeto propio.
Esos días, como hoy, quisiera tomar el teléfono y llamarte. Decirte que tengo energía de sobra, que brota de mi pecho y me llena de calor; decirte que quiero verte y disfrutar tu cuerpo, recorrerlo entero entre caricias y besos, descubriendo los puntos en los que se te escape un suspiro, mientras disfruto del roce de tu piel, de su color claro contrastando con el mío.
Decirte que sueño ver tus lunares, como estrellas en el manto estelar que te cubre. Ese cielo que puedo recorrer con mis manos, paladearlo, admirarlo y desbordarme en él. Esas constelaciones donde pierdo la orientación mientras vuelo, donde el mayor premio es tu gemido de placer.
Pero me detengo… porque antes que nada debo pensar en mí y sé que una vez saciados mis instintos, será terrible el dolor de haberme entregado sin amor y sin haber sido amada. Ya no soy aquella que una vez disfrutó de un simple orgasmo. En algún momento se fue mi alma con mis besos y tardó mucho en volver.
Así que aquí estoy, dejando volar mi imaginación como último recurso, esperando que allá donde estés tú, llegue el aroma de mi piel y el sabor de mis besos.