Archivos Mensuales: junio 2010

Resultado de un coraje a las 7:00 am

Que clase de docentes existen ahora?

Qué clase de mierda dirige las vidas de los supuestos “futuros de México”

Lo siento, estoy molesta, realmente fúrica. Todo este semestre que he tenido el honor de impartir clases, me he esmerado en ser un ejemplo, en cuidar mi léxico, mis expresiones verbales y corporales, hasta mis gestos. Tengo el cuidado de reflejar para mis alumnos la clase de seres humanos que sueño que sean para poder exigirles que se dirijan en esa dirección, para que si en algún momento me los encuentro en un futuro siendo emprendedores, sepa que mi semilla sirvió de algo. O vaya, para que no pase por mi mente ni una brisa de culpa de provocar lo contrario.

He tapado mis tatuajes, vestido formal, hasta usado tacones para dar una imagen prolija.

¿Y de que sirve tanto maldito esfuerzo? Cuando cualquier pelagatos se cree con derecho de destruir lo que construyo. Cuando toman como vanos todos mis esfuerzos.

Y el problema no es el alumnado, que a esta edad aun están siguiendo un ejemplo del mono que tienen en frente, que aun sin darse cuenta siguen formándose a la edad de 17 años.

Termino preguntándome ¿de qué chingados (perdonen mi dulce, honorable y cuidado vocabulario) sirvo? Si de 8 maestros que tienen la gran mayoría son una venerable vasca!  Yo sé que no soy la gran cosa, que tal vez mi materia no era la más importante de su carrera y hasta si quieren, que no aprendieron nada conmigo, pero me esforcé por dejar en ellos un dejo de honor, de educación, de preocupación por los demás y puedo jactarme de que al final de un semestre, y hago hincapié: un semestre!, terminaron trabajando con gusto y de buena gana, mejorando su entorno, trabajando en equipo. Pero ¿para qué? ¿Para que llegue otro grupo con un maestro de mierda y destruya lo que mi grupo hizo? ¿Ahora que les digo? ¿Qué tienen que aguantarse? ¿Qué pongan la otra mejilla? ¿Para que con el descaro del mundo crea esa piltrafa de gente que pueden señalarme a su antojo, para usarme como chivo expiatorio de todas sus canalladas?

Bola de ilusos, creen que por ser mujer voy a sentarme a llorar, que me sentiré abatida, humillada y disminuida. Qué pena me dan, porque no tienen idea con quien se han metido ni hasta donde soy capaz de llegar. No tengo la más mínima idea de si me irán a recontratar y la verdad no me importa. Sería un honor, pero no me importa. Así que el día de hoy me empeñare en hacerles la vida imposible. Porque yo no solo se señalar los puntos débiles, se herir y desmembrar,  y la dulce niña que no quería guerra se les acaba de terminar. Métanse conmigo pero no con el esfuerzo y dedicación de mis alumnos.

Al fin y al cabo no soy Cristo para trabajar por la paz… se les acabo su pendeja.

por fin! el fin del cuento

“¿Quieres casarte conmigo?”

Julia no sabía que contestar, su mente reaccionaba a distintos estímulos y su gesto vacilaba entre asco por la sangre, cabellos arrancados y pieles expuestas, y la propuesta posterior de una vida juntos de amor y prosperidad. ¿Qué hacer? ¡Jamás le habían propuesto matrimonio arrancándose una flor de la cabeza!

En vista de que la indecisión era mucha y las palabras pocas, Juan se sintió más abochornado que nunca, ¿Cómo era posible que se atreviera a semejante cosa? Ya no era solo el hecho de pedir matrimonio, sino que había cortado a la flor de su mollera, el principio de sus éxitos, la niña de sus ojos. La vio palidecer entre sus manos y expirar su último buqué de amor, para después desfallecer lento entre sus dedos, al igual que su esperanza y su júbilo.

Entre la vergüenza y el arrepentimiento, se levantó sin ver a Julia a los ojos, se dio la media vuelta y se marchó para que no lo vieran llorar por sus dos mas grandes ilusiones perdidas. Se encerró en su casa y dejó que las manecillas del reloj avanzaran dando muchas vueltas en su propio eje y dando paso a varios días. Mientras tanto él simplemente se limitaba a hundirse en su sofá viendo televisión y cambiando de canal cada que aparecían parejas y flores, lo cual provocaba que prácticamente no viera nada y ejercitara el dedo gordo de la mano derecha.

Unas cuantas semanas después, sonó el timbre de su casa y en un arranque de fe Juan corrió a la puerta para tristemente encontrar sólo al cartero, quien con cara de incredulidad le dio una carta sin remitente y sin destinatario. “¿Cómo sabes que es para mí?” preguntó Juan, a lo que el cartero respondió con una mueca de miedo: “Me la dio aquella mujer” señalado un auto estacionado en la acera de enfrente.

Juan clavo la vista en el auto y reconoció a Julia sin saber si cerrar la puerta o correr a abrazarle, sus ojos se encontraron y leyó en los labios de Julia “ábrela”, de manera que se quedó parado en el umbral de su casa abriendo la carta, mientras una Julia desaliñada y con unas profundas ojeras se bajaba de ese auto lleno de vasos y platos desechables, señas de una larga espera en la acera.

La carta solo tenía una frase… “¿tú te casarías conmigo?”, y cuando Juan alzó la vista tenía enfrente la que le pareció la imagen más hermosa que jamás había visto de Julia: Los mismos ojos, los mismos labios, la misma piel… y una gladiola enraizada en la cabeza.

la gladiola 3

Al poco tiempo, habiendo terminado ya su carrera de horticultura, decidió dar una exhibición de sus invenciones: sistemas de riego, flores mejoradas o fortalecidas, fumigantes ecológicos y sobre todo: SU GLADIOLA!!! La cual llevaba aún como estandarte enraizada en la cabeza. La bella flor ya había sufrido para entonces uno que otro descalabro por los lapsus mensus de Juan, pero siempre volvía a florecer y ese día en particular, llevaba la más bella y aromática de sus flores, resultado de un perfecto cuidado y de una vida de tranquilidad y paz.

Fue entonces cuando la vio… ¡una chica arrolladoramente hermosa! (a los ojos de Juan, no míos), una belleza que fácilmente superaba a todas las flores de la exposición, es más, hasta a su gladiola. Juan se sintió irremediablemente enamorado, perdido en sus labios, sus ojos, sus manos… y todo lo demás. Jamás había visto algo semejante. De la gladiola comenzó a brotar un aroma indefinible, de un buqué tan exquisito que no podía proceder ni del mejor de los elíxires… ¡olía a amor!

Julia (así se llamaba ella) se sintió atraída hacia ese olor irresistible y mas atraída cuando vio la cabeza de donde procedía, porque el tipo no era nada feo. Se acercó a Juan, le cuestionó sobre el experimento sobre su mollera y le escucho extasiada entre el olor y el gusto por la plática amena.

Dicho encuentro obviamente llevó a otro  y otro (no se dejarían ir tan fácil) y unos cuantos más.

Fue entonces cuando por la mente de Juan paso una nueva idea.

Juan quería demostrarle su amor a Julia: ¡era definitivo! Quería vivir con ella el resto de sus vidas, los días sin ella no eran días sino algo así como espacios en el limbo. ¿Qué más podía ser que la mujer de su vida?

Así que en la última cita, estaba Juan tan feliz de ser correspondido, que con todo el dolor de su alma (y de su corteza capilar), en un arranque de amor, desprendió la Gladiola de su cabeza, la cual se fue con peinado, cabello, piel, etc. Se arrodilló frente a Julia y le ofreció la flor. Ella estaba sorprendida por semejante sacrificio, sin decir palabra, así que era el momento preciso de decirle:

Lo confieso!!!

Lo confieso!!! Yo me como el papel de los quequitos!!!

¡Ya sé! Van a pensar que es asqueroso y la verdad no me importa. No niego que cuando apenas tocan tus papilas gustativas el sabor simplemente se remite al de un papel encerado, pero una vez que empiezas a masticarlo, es como si pudieras extraer de él la parte más dulce del pan, como si ahí se escondiera el secreto del delicioso sabor de los quequitos.

Pero el más rico es el sabor tradicional, no los de chocolate, ni de naranja, ni zanahoria, porque no dejan impregnado de la misma manera el papel, además de que la textura del pan no es tan suave ni esponjada.

Por respeto no me como el papel frente a la gente, sin embargo, no se sorprendan de encontrar en mi bolsa alguna de esas delicias culinarias, esperando el momento perfecto en el que pueda sentarme a degustarla. Le parezca a quien le parezca.

la gladiola 2

Juan siguió su vida nuevamente como de costumbre, nada de hablarle a los noticieros y los alarmistas ¿para qué? Eso de la fama no era para él. Toda su felicidad radicaba en la oportunidad de conocer aún más a sus amadas plantas y poder aportar a la ciencia un poco mas de conocimiento. Los amigos encantados con los experimentos de Juan, en lugar de rechazarlo o burlarse, le ayudaron a cuidar a la plantita, chiquearla y avisarle si el viento o el movimiento parecían afectarle, así que la gladiola creció feliz.

Pero esto no acaba ahí, resulta que cuando empezó la época de floración empezó lo bueno y todo lo que Juan jamás se imaginó ni calculó.

Este hombre parecía pavo real cuando el pequeñito capullo empezaba a abrirse, era como ver a la niña de sus entrañas en sus quince años, así que lo presumía más que cualquiera de sus bienes. Sin embargo la llegada de la flor trajo consigo la llegada de las abejas… ¡y Juan le tenía fobia a las abejas! así que lo vergonzoso era tener que interrumpir sus actividades para correr huyendo de los bichos que se acercaban a husmear en los pétalos de su flor.

Cuando ya había florecido la hermosa gladiola y mostraba airosa su despampanante color, Juan empezó a notar que el aroma que provenía de ella no era un aroma usual, además no era notorio todo el tiempo. Su gladiola no era una gladiola normal y se empezó a cuestionar si el aroma dependería de la dieta que llevara, así que comenzó a comer solamente comida de los mejores olores, pero eso no generó un cambio, lo único que sucedió es que la gladiola hizo más intenso su aroma (cuando olía).

Un día estaba Juan en el laboratorio de la escuela, cuando uno de los alumnos (el típico tipo nefasto que existe en todas las historias) comenzó a mofarse de su flor y de su hombría por llevar una flor en la cabeza. El fastidio llegó a tal grado, que Juan no pudo evitar sentir furia contra el tipo y entonces, de la flor comenzó a salir un aroma putrefacto tan intenso, que provocó que las plantas de prueba comenzaran a marchitarse y tuvieran que desalojar el salón. El profesor de horticultura insistió en que el aroma de la gladiola no podía tener otra causa mas que las emociones de Juan (¿qué las emociones no huelen? ¡Claro que huelen! Sino ¡pregúntenle a Juan!), quien avergonzado tuvo que llevarse su flor… y su cabeza y su cuerpo a otro lado hasta que se le pasara el coraje y se diera un buen baño.

Que tan lejos llegarias por tus seños?

Muchas veces me he hecho a mi misma esa pregunta y normalmente juro que llegaría tan lejos como se necesitara para cumplirlos. Sin embargo, en muchas ocasiones, cuando ha sido necesario hacer el mayor sacrificio, no he tenido el valor… esa es la verdad.

Hace ya algún tiempo encontré navegando en este inmenso espacio, este cortometraje, que aunque no es de la mejor calidad de imagen, me dejó un mensaje clavado en el corazón… a ver a ustedes que les hace pensar. Les dejo el link. Un beso y buen inicio de semana:    http://www.youtube.com/watch?v=sdUUx5FdySs&feature=related

El cuento de la gladiola

Esta vez voy a iniciar el relato de un cuento que hice hace tiempo… como es un poquitin largo lo pondré en partes, no sé si con el fin de no aburrirles, o teniendo la esperanza de que genere espectación y nuevas visitas. Está mas rosa de lo que suelo escribir normalmente, pero disculpenme, lo hice hace tiempo, cuando no disfrutaba tanto como hoy de la ironía. Empecemos…

LA GLADIOLA

Este era Juan, un hombre común y corriente el cual tenía una nueva afición en su vida: en esta ocasión quería ser horticultor, es decir, que quería dedicarse al oficio de plantar y cuidar flores, dedicarles tiempo, amor y hasta volverse medio loco hablándoles. En fin, decidido que de ahora en adelante sería esa su profesión, ingresó a clases de horticultura y fascinado inició su aprendizaje sobre el crecimiento, trato, siembra y etcéteras.

Un día de tantos, estaba Juan sentado cómodamente en el sofá de su casa, con las piernas estiradas y los pies apoyados en un taburete mientras veía televisión, cuando en una de tantas, mientras cambiaba de canal a canal, sintonizó uno en el que hablaban sobre el crecimiento capilar,  la raíz, la caída y la calvicie. Juan, no tenía indicios de problemas capilares pero le llamó la atención el parecido que tenia la diapositiva del folículo capilar, a la diapositiva de su libro de horticultura, que explicaba las partes de un camote de gladiola y su crecimiento. Fue entonces cuando se le ocurrió la “magnífica idea” de hacer un experimento: tomo uno de los camotes de gladiolo que tenía en su jardín sin florecer, llenó su cabello de enraizador (un químico para que las plantas echen raíces más rápido) y se vendó la cabeza con todo y gladiola sujetada a la coronilla.

Pasó el tiempo y Juan hizo su vida normal (o por lo menos lo intentó) con la única diferencia de que ahora iría a todos los lugares con la cabeza vendada y con un ligero aroma a enraizador. Todo parecía transcurrir sin mayor sorpresa, hasta aquel día en que despertó después de una pacífica noche de agradables sueños.

Se levantó como cualquier otro día, inhaló en un enorme bostezo y se estiró hasta que su cuerpo no pudo alargar más sus extremidades. Bajó el pie izquierdo de la cama y se sentó a la orilla de ésta para tratar de salir del estado de somnolencia antes de pararse (ya que en anteriores ocasiones, había perdido el equilibrio al levantarse adormilado lo cual desencadenó un aparatoso tropiezo, un chipotón en la cabeza y unos cuantos moretones), se saboreó imaginariamente el desayuno que habría de ingerir y tratando de entrar en la realidad, se rascó la cabeza, o más bien las vendas pero… algo había ahí, algo salía de entre el vendaje y no era un chipote no!, era algo suave y flexible… pequeñito. Emocionado corrió zigzagueando al baño, se paró frente al lavamanos y lo vio: ¡era un retoño de gladiolo! Se quitó apresurado las vendas de la cabeza y ahí estaba enarbolando orgulloso sobre su mollera. El esfuerzo y la dedicación a su experimento había rendido frutos… bueno… flores, el dichoso tubérculo había enraizado en la cabeza de Juan y se destinaba a crecer. Curioso jaló de él para ver que tan fijo estaba y el tirón le dolió como cualquier tirón de cabello, obviamente no quiso seguir experimentando (aparte no fuera que se le cayera y se llevara consigo su larga y sedosa cabellera) peinó su cabello de tal manera que saliera de él el orgulloso brote y salió de casa dispuesto a presumirlo al mundo.

continuará…

Lo que causa la falta de clases…

En mis instintos poco gregarios no cabría la opción de quedarme en la escuela cuando ya habían acabado las clases… supongo que por eso me habré perdido de muchos momentos divertidos como este.

Panfila…

“¿Como va a ser francesa?” Dijo el ranchero. “Ni el nombre franceso le pusites Manuel: ¡Pánfila!”

“¡Siquiera fuera güera o grandota!” Dijo el otro hombre que le acompañaba.

“¡Les digo que es francesa!” Dijo Manuel ofendido por la incredulidad

La vaca que rodeaban y observaban los quisquillosos comía tranquilamente el manojo de alfalfa con el que le entretenía Manuel, le sabia tan fresca, tan jugosa, que relamía en cada mordida y rumeaba con cuidado para extraerle ese jugo verdoso que casi se le escurría por los labios. Hacia tanto que no comía germinado, que extasiada y concentrada en el delicioso sabor que se extendía a lo largo y ancho de su lengua, no prestaba atención a la crítica sisañoza de los hombres que juzgaban su apariencia. 

Un poco más a la boca. El néctar dulzón que se formaba en su boca al diluirse la alfalfa era exquisito. Le provocaba cerrar los ojos para solo sentir el gusto infinito que emanaba el bocado y en un absceso de felicidad se digno a mugir:

–       La amoooooouuuuuurrrrrrr!!!!!!

“¿Ven? ¡Les dije, les dije!” Dijo Manuel. ¡es francesa!

Es hermoso el placer de molestar a tu perro…

He de confesar que la relación que tengo con mis mascotas es un poco cruel, pero les juro: son felices jajajaja. Lo genial es la cara que hace de: ¿tengo que hacerlo?