De esas respuestas perfectas, que me llegan de unos labios, o en este caso de un texto que no es suyo, pero que le permite a mi alma en pena descansar:
No respondas.
Ayer recibí tu adiós plagado de emociones y reproches. Letras dirigidas a un yo que reconozco por mi nombre y apellido, pero no conozco en su totalidad en el contenido. Lo que empezó como una aventura rentada se ha convertido en una inquisición personal que no merece una respuesta en el formato que escogiste, prefiero preguntarte algunas cosas que esperan endulzar el viento de lo que a partir de hoy ya no existe.
Reclamaste mi distancia y el equipaje que el pasado me ha atado. ¿Cómo puedes hablar de heridas abiertas y de un corazón limitado y egoísta? Atentamente te recuerdo que no conociste mis espinas, no conociste mi hogar y el contrato de exclusivo no lo he firmado.
Subrayaste mi soberbia y mi falta de entusiasmo. ¿Cómo puedes referirte a distancia de labios y al desinterés de madurar de un servidor? Delicadamente te comento que el suelo de mi tierra no te conoce, la distancia no era invención, la distancia era lo que evitaba la tracción.
Invadiste mi privacidad y tus ojos gritaban al ver mi vida desde tu esquina. ¿Cómo puedes pretender saber el inicio y el final de la obra si llegaste tarde a la introducción y te fuiste tan pronto llegaste? Remontándome a la historia no recuerdo una invasión que haya culminado en almas atadas e intromisiones olvidadas.
Insultaste las manos que me vieron crecer y quemaste en tres líneas los jardines que me vieron jugar, caer, compartir y ser. ¿Cómo puedes endurecer la suavidad de los años, la sutileza de los míos y la delicadeza de mi madre? Fuertemente esta pluma te expresa que mi familia no se ha sentado jamás contigo a la mesa.
Desgarraste con cincel la soledad que me acompaña y el espejo de un reflejo. ¿Cómo puedes aseverar que nadie me ama y que soy el cáncer que come a voluntad mientras me hago viejo? Sin sabiduría y con años, acepto que todos nos alimentaremos de nuestros propios daños pero también es hora de aceptar que de mí tomaste las sonrisas, los tragos, el colchón, las aventuras y el presente compartido. Te falto divisar las lágrimas, la resaca, el suelo frío, las desventuras y el pasado vivido.
Finalizas la carta con la daga que intentaba herir por años. En mayúsculas confiesas que tanto me amaste y todo lo que me quisiste.
Señalo un pequeño detalle que omitiste: ¿A quién amaste y a quién quisiste?
Y es que a mí...ni me conociste.
No respondas.